lunes, 19 de septiembre de 2011

Carta a mis hijos

Queridos hijos,


hoy os escribo esta carta porque ha sido cuando me he dado cuenta de que puede ser que todo cambie a partir de un par de meses. Posiblemente ya os haya comentado algo y estéis cansados de que os cuente cómo eran las cosas cuando era joven pero creo que este pequeño viaje en el tiempo os puede venir bien.

Mientras escribo esto no os conozco, no se si seréis varios o serás solo uno porque al final iba a ser verdad que a tu madre eso de dar a luz... como que no. Espero no haberme convertido en un viejo carroza aunque ya a día de hoy la calva parece que acecha a la vuelta de la esquina pero no tengo la más mínima intención de enseñaros a liarla. También espero que os haya sabido educar bien dentro de lo que he podido pero lo que de verdad espero es que esta carta sea mentira.

Cuando yo era pequeño no sabía muy bien como funcionaban las cosas. No sabía muy bien cuánto costaba lo que yo pedía a mis padres: papá quiero esa videoconsola, esa bicicleta, ese muñeco y la videoconsola del muñeco mientras monta en la bicicleta. No entendía nada de lo que era el dinero, mi padre me decía: ¿pero tu qué te crees que el dinero crece en los árboles? Y yo lo contestaba: y yo que se, ¿tienes un árbol en la cartera? El caso es que no me importaba tampoco.

Cuando era pequeño y me ponía malo simplemente me llevaban al médico con la cartilla naranja que mi madre guardaba en el cajón de la cómoda de su habitación. Donde siempre había papeles no se de qué y pastillas de jabón que nunca se usaban. "Son para adornar", decía ella; ¿Para adornar el qué, la cartilla del médico? Por aquel entonces lo único que hacía falta para que me curasen el resfriado, la herida o la tercera fractura de brazo era esa cartilla que posteriormente se convirtió en un carnet que perdí varias veces cuando era algo mayor... echaba en falta el cajón de las pastillas de jabón.

En el pueblo había mucha gente que no tenía un trabajo fijo: lo mismo trabajaban en la obra que trabajaban en la aceituna o donde fuera. Pero algo era siempre constante, cuando no trabajaban cobraban lo que ellos llamaba el paro. Yo no tenía ni idea de qué era eso pero seguro que era dinero que les venía bien porque siempre se ponían contentos por tenerlo y algunos se lo daban más tiempo que a otros.

Otra cosa que yo daba por sentada cuando era pequeño como vosotros era que cuando llegaba septiembre y la piscina cerraba pasaban dos cosas: se acababan los frigopiés y tocaba volver a la escuela. Volvíamos a la escuela donde todos los años encontrábamos a los mismos maestros, año tras año. El director fue profesor de mis padres y seguía allí metido. Cuando me enteré que su hija era veterinaria aluciné porque eso quería decir que tenía una hija... ¿cuándo la hace? siempre estaba en la escuela. Los profesores no se iban, en todo caso venían otros que daban aires nuevos y alegraban un poco el curso.

También sabía porque había escuchado por ahí que a las familias que no tenían dinero se les ayudaba en un edificio del ayuntamiento que había cerca de las escuelas. Iban allí a pedir algo de ropa y comida.

Por aquel entonces yo no sabía que era lo que hacía que todo eso estuviese ahí, solo sabía que estaba. A menudo pienso que igual hubiese sido mejor no saber de dónde salía porque cuándo lo sabes y te lo quitan duele mucho más. Todas esas cosas que yo pensaba que estaban ahí porque tenían que estar y siempre habían estado, lo estaban porque todos las pagamos. Tenemos un trato entre todos: todos ponemos dinero en el bote a cambio de tener lo que necesitemos de necesidad en cualquier momento y se supone que unos señores a los que elegimnos nosotros se encargan de manejar ese bote.

Ese dinero del bote se pone en los impuestos que pagamos. Pagamos impuestos para poder tener un médico que nos cure. Pagamos para que las medicinas no nos cuesten dos sueldos enteros. Pagamos para tener esos profesores que se conocen no solo a los hijos si no a sus familias y los educan y casi los crían; que son profesores porque les gusta serlo y han luchado por ello. Pagamos para tener unos servicios sociales que ayuden a los que les hacen falta cuando tengan algún problema, porque nunca sabes si te va a tocar a tí.

Todo eso está cambiando y puede ser que a vosotros ya os parezca raro. Puede que estéis acostumbrados a que mamá o yo os llevemos a un colegio donde tenemos que pagar muchísimo para que entréis. Donde los profesores no solo no me conozcan a mí o a vuestra madre si no que tampoco os conocerán a vosotros porque este año serán distintos del anterior y del siguiente. Para la compañía que maneja la escuela es más barato cambiar de profesor cada año y así no tienen que hacerle indefinido (si ese concepto aún sigue existiendo y no se ha cambiado por "contrato en prácticas premium"). Es posible que crucemos la calle como quien juega a la ruleta en el casino: si me toca coche lo pierdo todo, entre la escayola, medicinas y si me tienen que ingresar se van los ahorros de tu universidad, hijo. Además si por casualidad te quedas pobre más vale que no te pongas a arrastrarte porque la ropa que tienes es la que hay, los servicios sociales están sobrevalorados y el paro se acabó al mes de te echaran a la calle por un ere.

Y vosotros preguntaréis, porque espero que seáis lo suficientemente curiosos para hacerlo: ¿y esto por qué es así papá?. Pues hijos, esto es así porque durante mucho tiempo todo apuntaba a que la economía, un concepto muy raro que nos hemos inventado los humanos y que solo el que lo inventó que seguro está ya muerto entendía, se fue a pique. Se estaba yendo a pique y nadie hacía nada; quizá porque mientras se iba a tomar viento, unos señores viejos gordos se estaba haciendo de oro y total, viejo y gordo no me quedará mucho aquí, para lo que me queda en el convento me cago dentro. Nadie hizo nada hasta que fue muy tarde y cuando se hizo algo se optó por lo que mejor les venía a los que tenían que hacer el cambio: gente que fingía que entendía a quienes los habían elegido mientras barrían para casa para parecerse a los señores viejos y gordos. Decidieron ahorrar dinero de servicios que son básicos en una sociedad de bienestar porque no querían tocar otros servicios que les podrían complicar la vida (yo no he dicho ejército, millonarios, iglesia, monarquía, subvenciones secundarias...).

Como he dicho antes, solo espero que cuando leáis estos os haya conseguido criar sanos, fuertes, educados, inconformistas y preguntones pero sobre todo espero que esta carta, el día que la leáis, sea mentira.

Fdo: 
Un  padre, cuando aún las cosas no se han ido a pique (del todo)



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